martes, 21 de julio de 2009

DE LAS PALABRAS

Hay algunas palabras que cuando las escuchas por primera vez se te quedan grabadas en la memoria sin saber bien porqué. Eso es lo que me pasó a mi cuando escuché la palabra “concupiscencia”. En el contexto que lo explicaba me pareció un poco extraño, así que me fui al diccionario para ver su significado.
Concupiscencia es, ‘en la moral católica, el deseo de los bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos’. En su sentido más general y etimológico, concupiscencia es el deseo que el alma siente por lo bueno, no en el sentido del bien moral, sino en el de lo que produce satisfacción; en el uso propio de la teología moral católica, la concupiscencia es un apetito bajo contrario a la razón.
Parece evidentemente lo del dicho, que todo lo bueno o es pecado o engorda.
Desde sus inicios, en el catolicismo se han definido tres enemigos del alma, que son el origen de la concupiscencia, a saber, el mundo, el demonio, y la carne.
El mundo se asocia al poder y el dinero, al demonio todo lo relacionado con el mal, ¿Y a la carne? Pues parece que a esto se le asocia el sexo (siempre que sea algo que no esté autorizado) es decir “no consentirás pensamientos ni deseos impuros”
En mis tiempos te quedabas ciego, o te salían sarpullidos o verrugas, pero simplemente no pasaba nada, es lo que te has perdido nada más, algo que te pide la naturaleza cuando se te disparan las hormonas.
No me extraña que muchos jóvenes se vayan por otros derroteros menos rigurosos, o simplemente “pasen” cuando ven que solo la carne les afecta y ven que el pecado de la lucha de poderes políticos y religiosos está a la orden del día en todos los medios de comunicación, deseosos de ese poder que unos tenían antes y que se lo han arrebatado y de otros manteniendo ese pulso por no ceder. Pero claro, para eso Monseñor Escribá de Balaguer les eximió al decir que el recorrido para la salvación del alma puede hacerse por múltiples caminos, cada uno dentro de su ámbito, su trabajo (el mundo, poder, dinero), y ofrecía el cielo a aquellos que “antes pasará un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el cielo”. Seguramente lo interpretaron mal.
Tendremos que separar cuerpo de espíritu y alimentar en su justa medida a cada uno, y no interferir el uno en el otro, que no son opuestos.
Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y que ambos vivan en paz. El problema es cuando queremos inmiscuir a Dios con el César y el César quiera ser Dios. En el mundo del César lo que hoy es de una manera, mañana puede ser de otra, sin embargo en el mundo de Dios nada cambia, siempre es igual, y si cambia ya no es de Dios, sino del César.
Concupiscencia. Bonita palabra.